León el indomable

El chico no entendía porque el tipo se había ido. El le podía ofrecer todo lo que quisiera. Hace tiempo que pasaba por abajo del Puente San José en el centro de la ciudad y lo veía allí, a veces durmiendo, otras con las manos extendidas hacia el fuego del tacho para calentarlas, pero la mayoría de las veces durmiendo. Fueron tres días los cuales León había pasado en su casa, de jueves a sábado.

El chico no podía soportar verlo tirado en el piso, especialmente por la expresión en su cara.Tenía algo en el rostro inexplicable. Parecía un animal perdido en la ciudad, sin entender donde estaba. Vivía su vida guiada por su instinto y nada más, se calentaba al lado del fuego, comía lo que encontraba por ahí, y dormía. Después de unos meses el chico no aguanto más y tras discutir con su madre para que lo deje, lo hizo subir a su auto en el camino a casa del colegio. Ese mismo jueves León entró a la casa del chico y lo único que pudo hacer fue mirar. Mirar, mirar y observar todo los objetos. Caminaba por ahí y por acá observando cada cosita y objeto como si fuera la última vez que tendría esa oportunidad. Hasta los más mínimos detalles le llamaban la atención. Pero había algo raro en la forma en que miraba, era como desconfiado, sí, como si estuviese analizando las cosas y tratando de detectar alguna amenaza. También iba con la nariz sutilmente alzada, como si estuviera tratando de reconocer un olor. Después de unos momentos el chico lo agarró del brazo y lo llevó hasta el cuarto de huéspedes, donde lo esperaban una toalla y ropa limpia. El chico entonces cerró la puerta y le dio un tiempo para que se bañe y se arregle para la cena.

Pasó un largo rato y la cena ya estaba casi lista y León no aparecía, entonces el chico se tomó el trabajo de avisarle. Al tocar la puerta no oyó ninguna respuesta entonces lentamente la abrió y se encontró con el indigente acurrucado en el piso, durmiendo con su cabeza apoyada en su propio brazo. Sin entender la situación, el chico lo miraba confundido. Fue al baño y prendió la ducha para que se vaya calentando y de ahí fue a despertar a León.

–       León! León! – Susurro el chico

La única respuesta que obtuvo fue una serie de gruñidos del indigente que aún seguía medio dormido. Al lograr despertarlo el hombre lo miró sin entender por que lo habían despertado. El chico le hizo señas para que entre al baño y le mostró cómo era que tenía que hacer para bañarse y le dijo que se apure ya que la cena estaba casi lista.

Llegó el padre del chico y entonces se sentaron todos a comer en la mesa del comedor. Como la familia del chico es bastante religiosa de costumbre dan las gracias antes de empezar a comer, pero antes de que puedan hacer el ritual, León atacó con las manos su plato lleno de fideos y los llevó a la boca. Mientras mitad de lo que agarraba se le quedaba en la barba y la otra  se la comía, la familia miraba horrorizada pero en silencio. El papá del chico se levantó y fue hacia el hombre que comía como un animal y le explico como usar los cubiertos. Muy confundido y con dificultad para perfeccionar su uso del tenedor y la cuchara, León miraba fijamente sus fideos con deseo de llevarlos todos a la boca de una vez y saltearse la burocracia. Al terminar el largo proceso, León agarró el borde de su limpia remera y la llevó hacia su boca para limpiarse. Después de tirarse un eructo de nota gravísima se levantó y empezó a caminar en dirección a la puerta de la casa. Rápidamente el chico lo alcanzó y se le puso en frente y le preguntó a donde iba, e inocentemente el otro le insinuó que iba al baño. Nuevamente empezaban las enseñanzas.

Finalmente llegó la hora de dormir y devuelta el chico guió a León al cuarto de huéspedes. El hombre entró y se acostó en el piso al lado de la cama.

–       No. Acá te tenés que acostar – dijo el chico mientras tocaba la cama.

Entonces León se levanto y toco la cama con las manos y luego la olio. La miró desconfiadamente y la examinó por unos minutos y lentamente se fue poniendo cómodo en ella. El chico entonces apagó las luces y se fue a su propio cuarto a dormir. La mamá pasó por el cuarto de huéspedes para ver como estaba el invitado, y se dio cuenta que no se paraba de mover en la cama, de un lado al otro, tapándose y destapándose.

A la mañana siguiente, cuando el chico despertó, fue a despertar a su invitado para ofrecerle el desayuno, y al entrar al cuarto se encontró con la cama vacía y León durmiendo en el piso. Lo despertó y los dos bajaron a la cocina. Al terminar el chico partió con la madre hacia el colegio y el padre al trabajo. Como era un día frío o la empleada de la casa había preparado un fueguito en la chimenea para calentar un poco la casa y darle un ambiente cálido. Al llegar del colegio el chico se enteró por medio de la empleada que León se había quedado el día entero frente al fuego con sus manos extendidas.

El viernes a la tarde y a la noche se repitieron más o menos los mismos acontecimientos que el día anterior, pero el indigente ya empezaba a entender un poco más las cosas que le habían enseñado, hasta había logrado dormir, aunque no bien, en la cama. Era un sábado de sol y no hacía tanto frío, entonces la familia decidió invitar a algunos amigos a comer un asadito. Fueron tres parejas amigas de los padres y cuando el asado estaba listo se sentaron todos en una mesa en el jardín, los padres, las tres parejas, el chico, y León. Después de pasar por varios temas típicos uno de los maridos se interesó por el mendigo y le preguntó:

–       Y vos de donde sos? Vivís acá en la ciudad?

–       Sí, vivo abajo del puente San Juan – le respondió León sinceramente.

–       Jajajaja! Es una figura este pibe! – dijo el otro invitado mirándolo al padre. – no, en serio ahora, donde vivís?

–       Abajo del puente San Juan – insistió León.

Sin entender lo que creía que era un chiste, el invitado abandonó el tema y el asado prosiguió como cualquier otro. El medio día se volvió tarde, y la tarde noche, y la familia se fue nuevamente a dormir. A la mañana siguiente el chico se despertó y fue a buscarlo a León al cuarto de huéspedes pero se encontró con la cama vacía. Llevó su mirada hacia el piso pero también no había nadie en él. Bajó, salió, subió de nuevo a ver si estaba en el baño, pero no había rastro de León. Muy decepcionado fue a despertar a su madre que aún dormía y le contó lo que había pasado. Los tres miembros de la familia extrañaron mucho la situación y después de esperar un largo tiempo tuvieron que abandonar las esperanzas de que León volvería.

Lo que lo mataba al chico era que la noche anterior, antes de que se vayan todos a dormir, le vio una expresión como de angustia al indigente. Como si no estuviera cómodo en la vida.

A la mañana siguiente los tres partieron, el padre a trabajar y el chico con la madre al colegio. Y algo los sorprendió a los dos al pasar por debajo del puente San José. Allí, acostado y descansando la cabeza sobre su velloso brazo izquierdo, durmiendo con una sutil sonrisa en el rostro, estaba el León, el mismo León que había vivido en su casa, pero ahora cómodo en su propio hábitat.